Hace dos años me mudé a un nuevo barrio. Algunos de mis nuevos vecinos tienen perros de razas bravas, agresivas, peligrosas o incomprendidas no sé exactamente como se les llama ahora; el tema es que entre estos, hay dos adolescentes, un hombre y una mujer que aparentemente tienen una relación sentimental bastante intensa pero como no me incumbe, no les voy a hablar de eso, bueno, no mucho.
A estos adolescentes, no se les ocurre una mejor idea que salir por las noches a besuquearse en el parque de la urbanización, hasta aquí nada que reprochar, se la pasan bien, se toman de las manos, se toquetean un poco, vamos, el típico amor adolescente cargado de ilusión y hormonas. Lo malo es que mientras se demuestran afecto apasionadamente, nada más les importa, ni las miradas indiscretas, ni las risas de sus contemporáneos y mucho menos sus perros de raza Pitbull, a los cuales dejan sueltos sin ninguna clase de supervisión y lo peor, sin bozal ni nada por el estilo.
Llego a enterarme de todo esto debido a una lamentable experiencia, les cuento:
Resulta que una noche estaba jugando con mi hijo que entonces tenía dos años y mi esposa, quien le tiene pánico a cualquier perro o gato por pequeño que sea. Estábamos por el parque dando vueltas, corriendo, ya saben, lo que haces con un nene de dos años de edad en un parque, básicamente corretear por doquier riendo y haciendo un poco el tonto para que la pase bien. Entonces, imagino que debido al ruido, se acercó uno de estos perros a olfatearnos a mi hijo y a mí, inmediatamente me puse un poco alerta, este era un pitbull adulto, con la cabeza grande, orejas completas, cuello grueso y musculoso, su pelaje era gris brillante pero no parecía agresivo. Al ver la situación, mi esposa se puso nerviosa, entró en pánico y se paralizó. El mencionado perro gris parecía estar jugando, pero por precaución decidí levantar a mi niño y cuando lo hice el perro brincó para seguir “jugando” con él, esto asustó a mi esposa y comenzó a correr hacia nosotros; la bulla y quizá el “olor a pánico” alertaron al otro perro, otro pitbull color beige, adulto, bajo, ancho y con las orejas cortadas, lo que le daba un aspecto más fiero. Aquí es donde debo agradecer a todos esos documentales sobre animales salvajes que veía de niño, pues me permitieron ver la situación y entender el panorama a tiempo, pues a todas luces, este perro no quería jugar; a la distancia el perro beige tenía una clara disposición para el ataque, una pose de depredador: la cabeza baja, la mirada al frente, las orejas atrás, los músculos tensos, todo esto vi en ese perro y entendí que la situación se había tornado peligrosa. No había mucho tiempo para actuar así que le entregué el niño a mi esposa y rápidamente me puse a buscar algo con lo que defendernos pero solo encontré una botella de plástico así que la tomé por el pico con la intención de que sirva por lo menos de distractor, algo que me permita atraerlos y ganar tiempo mientras mi esposa corría junto al bebe hacia nuestra casa lo más rápido posible.
Así comenzó, le dije a mi esposa que corra a casa mientras yo golpeaba las bancas y el piso con la botella de plástico, mi cabeza giraba de un lado al otro; en una escena estaban los perros como evaluando la situación, preparándose y en la otra, mi esposa corriendo con todas sus fuerzas cargando a nuestro hijo de unos quince kilos, recuerdo claramente que cuando veía hacia los perros pensaba en lo que haría cuando se me echen encima y cuando miraba hacia mi esposa sólo podía pensar en que las piernitas de mi pequeño rebotando serían un blanco fácil para ellos. Me volví hacia los perros y continué haciendo ruido con la botella, funcionó y ambos comenzaron a venir hacia mí, como les decía, el perro gris parecía estar divirtiéndose mucho, pero su compañero tenía otra actitud, se acercaba gruñendo y dispuesto a atacar, así que eché a correr en dirección contraria a mi casa para alejarlos lo más posible de mi familia. Mientras mi mente seguía pensando en una manera plausible de afrontar la situación, se me venía a la cabeza la forma en la que atacan los perros y recordé a los perros de guerra, sobre todo los que fueron traídos por españoles durante la conquista, bestias entrenadas para matar, que por instinto atacaban mordiendo el cuello o la entrepierna y cada vez tenía más claro que si llegaban a atacarme, tendría muy pocas posibilidades contra uno y si el otro respondía a sus reflejos de caza y se sumaba a la agresión, no tendría ninguna.
No sé si fue el ruido de los animales, el escándalo con la botella o quizá los gritos de mi esposa, quizá todos ellos juntos pero sí estoy seguro que fue la curiosidad por saber que pasaba lo que hizo que una de mis vecinas, cuya casa estaba justo entre los perros y yo abriera su puerta, al instante, su pequeña de tres años asomó su carita asustada por el marco de la puerta, su madre no salía, yo la vi allí, como si el tiempo se hubiera detenido, con su rostro sonrojado y dubitativo; me detuve en seco, también la vieron los perros y también se detuvieron, pero sólo por un instante, luego corrieron hacia ella.
La pequeña se metió en el acto y los perros entraron tras ella. Desde la casa salían ruidos de gruñidos y gemidos, sonaba a batalla, a una lucha perdida; temí lo peor y corrí para ayudarla. Al cruzar la puerta con la adrenalina a tope, me encontré la macabra escena, ambos canes mordían por todos lados a la víctima que trataba de defenderse como podía, pero era imposible, prácticamente no pude hacer nada, los perros no se soltaban y al contrario, con cada golpe parecía alimentarse su furia asesina, no servía de nada, ya no había esperanza; a los segundos, entraron a la casa los dueños de los perros pálidos, mudos, muertos de miedo; halaron, gritaron y golpearon a sus perros, pero no pudieron separarlos de la víctima hasta que esta hubo exhalado su último aliento.
Los adolescentes sacaron a sus perros con los hocicos rojos y babeando saliva sanguinolenta, dejando atrás el aún tibio cadáver.
Se trataba de un perrito raza Beagle, la mascota de la familia que al sentir el olor de los perros acercándose había salido en defensa de su pequeña dueña, luchó con una valentía increíble, manteniendo a la pequeña a salvo y pagando con su vida la oportunidad de que esa niñita pueda crecer indemne, estoy seguro que su madre se encargará de contarle la gran hazaña de su amigo cuadrúpedo. Pudo ser peor, pero igual fue una tragedia.
Desde entonces vivo pensando en qué se podría hacer para salir vivo de un ataque similar, recuerdo haber leído en algún momento que en estas situaciones algunos perros actúan como cazadores, es decir que no sueltan su “presa” hasta que esté muerta, como le pasó al perrito de mi vecina. Después de esa experiencia siempre le digo a mi esposa; si te atacan a ti o al bebe, le sacas los ojos sin piedad, no lo pienses dos veces, ve tras los ojos, le hundes los dedos hasta los nudillos, porque a la hora de luchar por tu vida eres tú contra el asesino, porque en esta situación ya no existe el “maltrato animal”, porque no te soltarán hasta que sea demasiado tarde.
Termine con los pelos de punta… Realmente sentí miedo. Saludos
Me gustaLe gusta a 1 persona